Protestas Antimineras y el Fin de las Vacas Gordas (Altavoz)


Vivimos en una nube de optimismo, escuchando y repitiendo que somos la economía más dinámica del mundo, que nuestra gastronomía es la mejor, y que pronto el Pisco será la bebida preferida en la ceremonia del Oscar. Esta confianza en nosotros mismos como nación es saludable y bienvenida, luego de décadas de estancamiento económico, terrorismo, hiperinflación, y los enormes niveles de pobreza que felizmente se van revirtiendo; hemos pasado del complejo de inferioridad al delirio de grandeza.

Sin embargo nuestro crecimiento económico es muy frágil. Ese crecimiento que ha borrado de la pobreza a millones de peruanos, pero sobre todo ha hecho renacer a una clase media que consume, demanda, y por lo tanto empuja el crecimiento “desde adentro,” está en serio peligro. Nos falta mucho por recorrer y la sensación de que estamos en piloto automático es extremadamente peligrosa, por tres razones fundamentales:

Primero, seguimos siendo un país ineficiente y con bajísima productividad. No se han implementado las reformas para reducir la burocracia, erradicar la informalidad, fortalecer los derechos de propiedad, simplificar los trámites, es decir, sacar al Estado del medio del camino en donde solo sirve para estorbar.

Segundo, no estamos invirtiendo en el mediano y largo plazo y no existe un plan claro para el desarrollo de la infraestructura y la mejora de la educación. Nuestra pésima productividad (y por lo tanto competitividad) está condenada a ser una rémora permanente sin estos planes. Los tigres Asiáticos invirtieron en educación hace una generación y hoy cosechan los frutos; nuestra siguiente generación sigue siendo rehén del SUTEP y sus aliados.

Finalmente, el Estado se ha convertido en un testigo desconcertado ante las masivas y organizadas protestas en contra de las grandes inversiones en industrias extractivas, sobre todo la minería. Sin estas inversiones, la economía simplemente dejara de crecer, es decir, estamos desenganchando la locomotora del tren de crecimiento y dejando los vagones a la deriva. Posiblemente avancemos un poco porque hay inercia, pero tarde o temprano el tren dejara de moverse. Estamos poniendo a la economía en reverso por culpa de una pasividad y miedo por defender el Estado de Derecho que pocas veces hemos visto. Conga solo ha sido la punta de una flecha envenenada, un globo de prueba para ver qué tan lejos pueden llegar los radicales que promueven estos movimientos. Dejar a las empresas que cumplen con las leyes a merced de la intransigencia de las protestas organizadas es simplemente insensato.

No basta con mantener el modelo económico y manejarlo bien con los capaces equipos en el Ministerio de Economía y el Banco Central de Reserva. La historia nos enseña que nuestro país es proclive a los ciclos de apogeo y colapso. Este gobierno tiene la responsabilidad histórica de facilitar que este apogeo continúe, y minimizar al máximo el impacto de la inevitable llegada de los años de las vacas flacas.

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