Inmovilizados por la Tarantula de la Burocracia Peruana (Altavoz)
Las tarántulas inmovilizan a sus presas inyectándoles enzimas que las digieren vivas por dentro, para luego ingerir su contenido disuelto y dejar solo la envoltura exterior. Si bien por afuera muchas veces la victima parece estar viva, en realidad solo es un cascaron, es decir, ha sufrido una muerte espeluznante. El estado Peruano se comporta exactamente de la misma forma, como pasaremos a ver.
Hace dos
meses, una persona a quien no nombraremos compró una tarántula disecada dentro
de una caja de vidrio en un conocido mercado de artesanías en Miraflores, con
la idea de llevarla de regalo al extranjero. Como estas ventas se hacen en
lugares formales, a la luz del día, y a vista y paciencia de todo tipo de inspectores,
nuestro amigo supuso que no estaban prohibidas. Además, como las tarántulas no
son especies amenazadas ni en peligro de extinción, no hubo ningún cargo de
conciencia ni sospecha de que estaba haciendo algo ilegal.
Cuando
abordaba su vuelo internacional en el aeropuerto, la tarántula fue confiscada.
Se le dio una constancia y se le pidió que envíe sus descargos por correo
electrónico, lo cual procedió a hacer, explicando detalladamente que las ventas
se hacen en un lugar formal y para turistas que las compran con el evidente
objeto de sacarlas del país. El correo electrónico nunca recibió respuesta.
Ya de
regreso en el Perú, nuestro amigo recibió una notificación de 14 páginas escritas
en un exuberante lenguaje burocrático y que luego de hacer referencia a
numerosas leyes y reglamentos, le aplicaba sin misericordia una multa de 365
soles y lo conminaba al pago inmediato para evitar el cobro coactivo.
Pagar la
multa fue un episodio Kafkiano porque una vez hecho el pago en el Banco de la
Nación, se le exigía “apersonarse” (es decir, ir) al Ministerio de Agricultura llevando
el comprobante. Al llegar, le informaron que el comprobante no podía ser recibido a no ser que este acompañado de
una carta (cuyo único contenido, evidentemente, era decir ¡que se estaba
adjuntando el comprobante!). Al reclamar porque no se ponen avisos en los puntos de venta
diciendo que comprar tarántulas está prohibido, o mejor aun, porque no se
decomisan las tarántulas, la tristemente predecible respuesta de los aletargados
funcionarios fue el célebre “eso no nos corresponde a nosotros.”
Esta es la
historia de un ciudadano que por cometer una infracción menor y sin intención
de cometer un acto ilegal, entra en un laberinto burocrático para pagar una
multa desproporcionada, perdiendo tiempo y ganando frustraciones. Mientras esto
sucedía, decenas de miles de mineros ilegales destruían para siempre la
biodiversidad de 40,000 hectáreas de nuestra Amazonia en Madre de Dios, miles
de delincuentes bloqueaban carreteras protestando contras las inversiones
privadas, y turbas incitadas por agitadores profesionales destruían instalaciones
de empresas mineras formales que operan dentro de la ley. A esos no les pasa
nada porque el Estado no se atreve a meterse con ellos. Son los ciudadanos comunes
y corrientes y los empresarios formales los que, atrapados por las numerosas tarántulas
del Estado peruano, van siendo digeridos gradualmente por sus macabras y
groseras burocracias.
Nota: El
autor considera que no se debería vender ningún tipo de animal silvestre, vivo
o muerto, en ningún mercado.

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